Reflexiones para tí.

El Esclavo Egipcio

-¿A quién perteneces? -le preguntó David- ¿De dónde vienes? -Soy egipcio -le respondió-, esclavo de un amalecita. Hace tres días caí enfermo, y mi amo me abandonó. 1 Samuel 30:13.

El esclavo tuvo que participar en una guerra que no le pertenecía. Seguramente le exigieron luchar, robar, tomar prisioneros. ¿Qué ganaba con eso? Nada. Pero, su condición no le permitía ningún tipo de reacción  opuesta. Su única opción era obedecer.

En el reino espiritual somos todos esclavos. La gran diferencia es que no­sotros podemos elegir. No es fácil, porque quien nos quiere dominar conoce nuestros puntos débiles y nos ataca exactamente por medio de ellos. Común­mente, caemos. Cuando estamos en el suelo y elevamos nuestra mano buscando alguna ayuda, quien nos quiere dominar nos ataca nuevamente.

El enemigo de Dios se parece al amalecita dueño del esclavo egipcio. Cuando no le sirves para alguno de sus planes, te abandona.

El esclavo egipcio tenía un destino seguro, desde el punto de vista de su dueño: la muerte. Pero David y sus hombres aparecieron en el momento justo, le dieron comida y bebida y lo ayudaron a sobrevivir. No solo eso, también le prometieron defenderlo, si él los ayudaba a ubicar a sus enemigos.

Con nosotros sucede algo similar. Cuando el enemigo de Dios nos abandona en el desierto de nuestra vida, aparece el Salvador, que nos ofrece la comida y la bebida que necesitamos para sobrevivir.

Cuando estuvo en condiciones de continuar su viaje, confiando en la pro­mesa de su salvador, el esclavo llevó al ejército de David hasta el improvisado campamento de los amalecitas. Fue el pasaporte para que los israelitas exilia­dos en tierras filisteas recuperaran todo lo que les había sido robado. Mujeres, hijos, animales, todo estaba nuevamente en su poder. Los amalecitas, salvo cuatrocientos jóvenes que se escaparon, murieron por el poder de la espada de David y los suyos.

El tuyo es un enemigo vencido. Tu Salvador no necesita que lo guíes hasta ningún campamento enemigo, porque lo sabe todo; pero desea que le demuestres tu confianza y tu certeza al entregarte plenamente a él en cada momento, cada día.

 

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor






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