“Quien encubre su pecado jamás prospera; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón” (Proverbios 28:13, NVI).

Quizá la lectura de ayer te dejó con la duda respecto a qué pasó con la redecilla de Ellen y con la chica que la hurtó. Veamos el final y el “fin” de la historia.

Dios le mostró a la señora White que la redecilla estaba en el baúl de aquella muchacha. Ellen volvió a reunir a los jóvenes, pero nadie dijo nada. Cuando salieron de la reunión, la joven quemó la redecilla para que no quedara evidencia del robo. Poco después hubo una tercera reunión, se hizo la misma pregunta, y una vez más todos callaron. Cuando salieron, Ellen llamó a la joven y le dijo que Dios le había mostrado todo lo que ella había hecho. La muchacha no tuvo más remedio que admitir su pecado y arreglar cuentas con Ellen y con Jesús.

¿Qué puedes aprender de esta historia? En primer lugar, no olvides las palabras de Jesús: “No hay nada secreto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse” (Mateo 10:26). Si bien podemos ocultar nuestras acciones de la vista humana, no olvidemos que “Dios habrá de pedirnos cuentas de todos nuestros actos […], aunque lo hayamos hecho en secreto” (Eclesiastés 12:14).

Ahora bien, la cuestión fundamental no era la redecilla, sino la salvación de una jovencita. Dios quería guiarla a una verdadera conversión, y para ello se varió de una redecilla, de un ángel, de una visión y de una profetisa. ¡Dios puso en movimiento a todo el cielo con tal de guiarla al arrepentimiento! El “fin” de la historia no era poner en evidencia su pecado, sino salvarla, pues lo que Dios quiere es “que todos se salven y lleguen a conocer la verdad” (1 Timoteo 2:4).

¿Recuerdas lo que pasó con David cuando adulteró y tramó la muerte de Urías? Dios envió al profeta Natán para mostrarle al monarca que había actuado locamente. Tan pronto reconoció su culpa, David admitió: “He pecado contra el Señor”, y de inmediato el profeta le aseguró: “Sí, pero el Señor te ha perdonado” (ver 2Samuel 12:13). Hoy Dios quiere que reconozcas tus pecados, no para avergonzarte sino para perdonarte.






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Las creencias adventistas tienen el propósito de impregnar toda la vida. Surgen a partir de escrituras que presentan un retrato convincente de Dios, y nos invitan a explorar, experimentar y conocer a Aquel que desea restaurarnos a la plenitud.

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